viernes, 17 de julio de 2009

ERA UNA VIEJECITA

ERA UNA VIEJECITA


Era una viejecita tonta y fría. Recuerdo el ruido de la hamaca al moverse, crujiendo con un cric-crac insoportable. Yo la espiaba siempre a la misma hora. Cuando suena el Ángelus en la capilla y el sacristán sale en busca de pan para el Convento, ella comenzaba su cric-crac con movimiento agudo de huesos rotos. Y hablaba y hablaba sin ton ni son, ¡con gran fluidez mental para sus años. Yo la espiaba de soslayo, sin entrar en su pieza, desde el zaguán de la escalera, con la puerta cerrada, tratando de reconocer el personaje silencioso que tarde a tarde se sentaba a escucharla pausadamente. ¡Cómo renacía entonces la viejecita! Se convertía en un ser alado y dulce; de flaca y huesuda, alta y escalofriantemente opaca, se transformaba en una luz de bengala o en acordes en mi bemol. ¡Qué monólogo más bello desgranaba para el personaje desconocido e inquietante! Se lo conté a mamá, a quien le pedí permiso para espiarla, pero me lo negó. Yo accedí, pues a pesar de intentar persuadirla, creía como mi madre que eso podría provocarle un ataque a su edad. No era que me importara, no; su muerte sería el cesar de ruidos inoportunos a toda hora del día y de la noche. Porque demás está decir que se levantaba, cuando todos dormían, tirando la cadena del baño a horas imprevistas; a la hora de la siesta ella decretaba tomar el té y a la hora del baño, su comida. Alta, muda, fijaba sus cuencas en el vacío, sin balbucear ni una palabra y con el bastón venía anunciando su llegada desde veinte metros atrás, con ese tic-toc a madera y metal. No la quería. Cuando la sabía cerca, disparaba como un rayo, porque sí, y el ruido engomado de su pierna ficticia me repelía cual un insecto. Mamá era un poco más bondadosa que yo. Apenas le preguntaba al despertar cómo se sentía y ya se alejaba de su lado sin ningún miramiento. Era una viejecita crujiente y dolorosa que se nos adhería pegajosamente a la piel. A veces deseaba expresarse y en vez de comenzar hablando como todo el mundo, sacaba un tentáculo de abajo de su chal negro y nos agarraba por turno, exhalando de su boca un nauseabundo olor a vejez y algunos ronroneos que nunca terminaban en una frase. Al agredirla para que nos soltara, desaparecía el tentáculo bajo su chal negro y continuaba en silencio su soledad. Dos veces la vi sonreír: una, cuando murió el gato, y otra, cuando me caí en una tina de lejía y mamá me pegó. Al pasar a su lado vi la boca hueca y negra y el rictus de alguien que invoca a la risa. Así durante el día entero, salvo esas dos horas de coloquio jovial, encerrada en su cuarto, cuando reía y contaba cuentos de su niñez. Los recuerdos eran reales y salían redondos y sin fisuras, como reguero de pólvora: como le sale al naranjo su flor. Un día desobedecí el mandato de mi madre. Lo planee antes una semana entera. Aceité su puerta para que no chirriara al moverla; ajusté los tornillos del picaporte para poder torcerlo con facilidad y puse aserrín en el pasillo a último momento. Todo al igual que siempre. Subió media hora antes del coloquio y detrás de ella, echando nuevamente aserrín, subí yo para espiarla. Vivía en una pieza del altillo, no muy alta y más bien alejada de nosotros. Era pobre y estaba mal iluminada, salvo la ventana que, a esa hora, reflejaba su luz bermeja por entre los bastidores. No pudo cerrar la puerta, pero en su afán de apuro no se inmutó. Jadeando, llegó al cajón de la mesa de luz y hurgando a los costados sacó una llave. Abrió con ella el viejo ropero y de adentro de un estante sacó con dificultad una cajita color borravino, empezando a cantar: "¿Melinda, Melinda, estás allí?" Insertó un tentáculo en la caja y con ruido a huesos buscó algo que colocó sobre el vidrio, en ese instante rojizo por el reflejo del sol. Después prendió una vela y se sentó en la hamaca que comenzó a crujir con su típico ruido. Fluyó la charla de siempre, ligera, vivaz y tierna con su oyente silenciosa: una mosca a la que le había quitado las alas, para que en su afán de vuelo no pudiera abandonarla a la hora acostumbrada.

No hay comentarios: